El Real Madrid es una
forma de entender la vida.
Son 9 Copas de Europa,
32 ligas, 18 Copas del Rey, y otra multitud de trofeos, pero su legado está en
la guía que nos ofrece para vivir la vida, una vida que nos obliga a no
rendirnos nunca, a cumplir los contratos, a rebelarse ante la injusticia, a ser
sobrios en las victorias y honestos en la derrota. A diferencia de otros
clubes, no tenemos un ideario new Age, tenemos un espíritu que nos ha
acompañado durante ciento once años y nos acompañará siempre.
Pero al igual que le
pasa a la Iglesia Católica, ahora en el ojo del huracán por la elección de
Papa, no es una institución ejemplar. No puede ser ejemplar porque es humana,
pero sí puede evocar la ejemplaridad. Nuestro himno es nuestro horizonte, nos
enseña el Camino.
Nada y nadie es tan
exigente como el Real Madrid, que es capaz de dar salida a sus estrellas, como
dejar ir a Raúl o a Di Stéfano, como pitar a sus mejores estrellas la noche que
no están finas, o no renovar a Juanito tras su agresión a Matthaus. Cuando el
Club, sus jugadores o los aficionados no están a la altura, tenemos un espejo
al que mirarnos. Es nuestro himno y los mejores ejemplos de nuestra historia. Y
si lo que vemos no es bonito, reaccionamos para volver al Camino, a la Causa.
Precisamente por eso, y
al contrario que muchos madridistas, no me molesta que los no madridistas
hablen del “señorío” del Real Madrid. Es la señal inequívoca de que el Real va
más allá de unos trofeos. Es el reconocimiento que el resto del mundo nos hace
a nuestra inmortalidad.
Y eso, que sólo somos un
Club. ¡Pero qué Club!
La Causa continúa.
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